Imagen de la casa Enseres del campo El corral Cocina La falsa

Recorrido por el museo

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Por la puerta de la casa no sólo entraban las personas, sino que también lo hacían las caballerías camino de la cuadra. El corral, donde se les colocaban los arreos, solía estar empedrado para evitar que los animales resbalasen.

También había un cobertizo donde se guardaban aperos de labranza, objetos de uso doméstico -como canastos para la colada-, y piezas relacionadas con la viticultura o con la apicultura. Y, también encontramos aquí una herrería procedente de la localidad de Lasaosa, con la fragua, el enorme fuelle para avivar su fuego y las herramientas.

Nos encontramos en lo que en Serrablo se llama “masedría”, una habitación contigua al horno, donde las mujeres preparaban la masa. Mientras, recitaban formulillas propiciatorias, ya que todo el proceso de producción y consumo del pan está asociado a rituales de tipo religioso.

En una sociedad autárquica, la elaboración del pan era fundamental.

En esta sala podemos ver diversos objetos relacionados con la producción del pan: desde palas para acceder al interior del horno, hasta diversos modelos de cernedores -o tamices- que servían para clasificar la harina según su calidad. En un extremo de la sala se encuentra la boca del horno. Éste era un espacio circular cubierto por una bovedilla. Contaba con una pequeña chimenea de salida de humos hacia el exterior.

Los carpinteros trabajaban por los pueblos de modo itinerante. En esta sala podemos ver algunas de sus herramientas: como hachas y sierras para preparar la madera; o cepillos y garlopas para trabajarla; junto a un interesante banco de carpintero. Realizaban piezas para la casa –como ventanas, puertas, y muebles- que decoraban con motivos transmitidos durante generaciones.

También solía haber una herrería en cada pueblo. Allí se elaboraban útiles domésticos, como utensilios de cocina, cerrajas y collares defensivos para perros.

La economía de subsistencia de Serrablo imponía limitaciones. Era imprescindible “hacer llegar” los alimentos hasta la nueva cosecha o la matanza. De ahí la importancia que tenía la bodega. En ella vemos las cubas donde se guardaba el vino de baja graduación que producía la zona; y además otras piezas para la conservación de todo tipo de alimentos.

Junto a ellas, están los botos de piel de cabra para el transporte de vino de mejor calidad desde zonas situadas al sur de la sierra, una pila de aceite, “orones”, realizados con piel de zarza con ramilletes de paja de centeno, etc.

El mundo agrario utilizó hasta su desmantelamiento –en beneficio de la agricultura mecanizada-, sistemas medievales. Estos eran la rotación de siembra y barbecho; el abonado orgánico mediante el estiércol animal; y la quema de arbustos.

En la sala dedicada a la agricultura, podemos ver una representación de los aperos relacionados con la producción del cereal. Están organizados según las distintas fases del proceso de cultivo: distintos tipos de arado, yugos, hoces y guadañas, trillos, etc.

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La cocina constaba de dos zonas: el hogar -o fogaril-, y la recocina. El hogar era el centro de la casa, donde se hacían patentes las jerarquías, y donde se transmitía una buena parte de la cultura tradicional. El fuego estaba situado debajo de una gran chimenea troncocónica.

A su alrededor estaban los bancos o cadieras, cuyo tamaño dependía del número de familiares y de la economía de la casa. El invierno era el tiempo de estar junto al fuego, una época hecha para los ancianos, las mujeres y los niños.

Los hombres se encontraban fuera, trabajando en Francia o con el ganado en el valle del Ebro. Acabada la cena, los miembros de varias casas se juntaban en una de ellas, alrededor del hogar. Los mayores hacían artesanía de madera, las mujeres hilaban, los niños escuchaban y aprendían. Las leyendas, mitos y romances no solo les transmitían conocimientos sobre el mundo que le rodeaba, sino los valores de aquella sociedad.

La recocina era la pieza contigua al hogar, donde las mujeres realizaban algunas tareas previas a la preparación de la comida propiamente dicha. En ella había abundante cerámica de uso cotidiano en el hogar. Aquí puede ver pucheros, cazuelas, cántaros para el agua, y taza; estas piezas provenían de alfares del sur de la sierra de Guara, fundamentalmente de Naval y Bandaliés. Los arrieros que las traían, además aportaban a la zona otros elementos de primera necesidad. Y así se cambiaban productos como la sal, por queso, pieles o patatas.

Ésta era una de las alcobas de Casa Batanero, una casa bien situada dentro del contexto de la sociedad tradicional. Lo habitual era que en una sala o habitación hubiese más de una cama de jergón simple, a veces trenzado con cuerdas. La intimidad y la higiene estaban seriamente limitadas.

En la sociedad montañesa los pastores constituían un mundo aparte. Generalmente se trataba de los hermanos solteros y no herederos de cada casa. Pasaban una gran parte del año aislados, manteniendo una cultura propia, en la que pervivían con una mayor pureza las tradiciones y creencias ancestrales de las montañas. Se trataba de un mundo muy jerarquizado: se ingresaba desde niño y se iban atravesando diversos grados en el seno del grupo de pastores.

También los trabajos con las ovejas y los viajes trashumantes, estaban muy regulados por los ciclos naturales. Las ovejas pasaban en los pastos del alto Pirineo los meses de verano y descendían hacia el valle del Ebro en noviembre.

El pastoreo llevaba aparejados numerosos trabajos, que están representados en la sala a través de sus útiles: el ordeño; el esquilado; la elaboración de quesos; y el marcado de las ovejas mediante pez caliente, que dejaba curiosas marcas con letras o símbolos.

La sociedad pirenaica era autosuficiente. En todas las casas se esquilaban las ovejas, se trabajaba la lana; y, en buena parte de ellas, se cultivaba el cáñamo y el lino para manipularlos hasta sacar la fibra que, luego, se hilaba.

Con la lana se hacían diversas prendas de vestir; con el lino, sábanas, camisas de fiesta y toallas; y con el cáñamo, camisas ordinarias y sacos. Los procesos textiles eran complejos. Tras esquilar la lana de las ovejas, se cardaba o limpiaba y se hacía copos con ella. El hilado fino se destinaba a prendas de vestir. El basto se llevaba a tejer para hacer mantas, colchas o alforjas.

El cáñamo se cosechaba en los huertos para octubre. Se recogía en manojos que había que secar para luego, por golpeo, separar de la simiente. Posteriormente se ponía a remojo, se volvía a dejar secar y se iniciaba el proceso de extracción de la fibra del tallo, con las piezas que vemos en la sala. Primero se machacaba con cascaderas; luego con esforachas y espadas de madera; y más tarde, con peines o rastrillos de hierro. A continuación, se hilaba con la rueca, haciéndose después madejas con el demoré y ovillos en la devanadera.

En esta sala podemos ver los trajes de diario y de fiesta característicos de hombres y mujeres de Serrablo. Ambos tipos de atuendos se fueron configurando lentamente, desde el siglo XV, y se utilizaron hasta principios del siglo XX. Entonces se implantaron modas foráneas como el pantalón para los hombres o la toquilla para las mujeres.

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Esta es la habitación de Pedrón, el diablo del museo, que nació de la tradición oral de la zona. En Sobrepuerto se decía que en los años de malas cosechas un personajillo tragicómico andaba revolviendo por los cajones para comerse los trozos sobrantes de pan.

La historia de Pedrón está vinculada a la despoblación. Deprimido por no encontrar ya gentes por las aldeas del Pirineo, entró en contacto con el museo para trabajar en él como guía; sufriendo, a raíz de ello, una considerable mutación de valores.

Hoy Pedrón es el mejor embajador que tiene el museo. Su popularidad le ha llevado ha recibir reconocimientos, a ser pregonero de fiestas, a que La Ronda de Boltaña le dedique una canción, y a que muchos niños y niñas le escriban después de haber leído su libro, cuyos beneficios se destinan a UNICEF desde 1994. En sus viajes por el mundo ha recogido juguetes artesanos de múltiples países, que se muestran aquí.

Las salas dedicadas a la música popular pirenaica se organizan por familias de instrumentos. Veremos cornamusas -como las gaitas de boto aragonesas-, oboes y flautas, violines, acordeones e instrumentos de percusión. Se producía música en muchas ocasiones. La música profana sonaba en las rondas de los mozos, las bodas y las fiestas locales, en las que tenían lugar procesiones, bailes y rondallas.

Además de los dances celebrados en las romerías, había otras ocasiones para practicar música religiosa, como puede verse en la vitrina dedicada a este tema. En ella encontramos gozos -o impresos con los himnos a los santos que se cantaban en sus romerías-, así como sencillos instrumentos, como campanillas o carraclas

En esta zona de transición hacia la parte nueva del edificio, encontramos un espacio dedicado al escultor Ángel Orensanz, personaje crucial en los años de definición del museo. Nacido en 1941 en la aldea pirenaica de Larués ya desde niño mostró unas acentuadas dotes artísticas. Estudió en Barcelona y emprendió una carrera que le ha valido numerosos reconocimientos internacionales. En la actualidad, reside en Nueva York, donde ha creado la Ángel Orensanz Foundation. Realiza instalaciones artísticas y esculturas en los más diversos rincones del planeta.

En la sala podemos ver algunas de sus obras tempranas, deudoras de una abstracción simbólica, junto a piezas de otros artistas. Son los ganadores del “Premio de escultura Ángel Orensanz, ciudad de Sabiñánigo”, convocado cada dos años por el museo y el ayuntamiento.

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Accedemos ahora a la ampliación del edificio, inaugurada en 1998. En ella se exponen básicamente piezas relacionadas con la religiosidad popular y la arquitectura rural.

En la planta superior vamos regresando paulatinamente al ambiente tradicional pirenaico a través de dibujos etnográficos de Julio Gavín, presidente de la asociación Amigos de Serrablo. También hay fotografías del singular conjunto de iglesias del valle del Gállego. Son testimonio de un estilo autóctono desarrollado en el siglo diez u once. Se acompañan de fragmentos de escultura monumental, como crismones y ajedrezados de época románica.

Algunas piezas procedentes de pueblos abandonados reflejan los hitos del ciclo de la vida: una andadera, la camilla mortuoria y la lápida. La sala concluye con una vitrina, que nos sumerge de lleno en el ámbito de la religiosidad popular. Muestra elementos protectores, tanto de la casa -como los espantabrujas para las chimeneas o las cruces en los cerrojos-, como del ganado -con la cruz en relieve que decora una esquila-.

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La sala de religiosidad popular se centra en las romerías de la comarca. Sus grandes protagonistas son Santa Orosia y San Úrbez, cuyos santuarios, junto al de Santa Elena en Biescas, gozan de gran influencia en todo el entorno.

Santa Orosia -venerada en Jaca y en Yebra de Basa-, fue, según la leyenda, una princesa bohemia martirizada por los musulmanes a su paso por esta región. Su culto la vincula con la fertilidad de la naturaleza. En la sala destaca un cuadro del siglo XVII que representa su martirio.

San Úrbez fue un santo pastor de origen francés. Su dominio de la naturaleza y de las fieras le vincula con las tradiciones míticas pirenaicas. Inició su andadura en el valle de Vió, y acabó sus días como ermitaño en el valle de Nocito, en el sur de Serrablo. La pieza más interesante relacionada con este santo es la capilla portátil con su imagen. La utilizaba el santero de su ermita para recoger donativos destinados a su mantenimiento.

Las ollas de cerámica de Bandaliés utilizadas por la cofradía de Santa Bárbara de Grasa en su comida anual son testimonio de otras romerías de menor entidad.

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La última sala del museo está dedicada a la arquitectura popular de la comarca. El propio edificio del museo es una clara muestra. A lo largo de la visita hemos visto aspectos como el uso de materiales locales para la construcción; así como la distribución de los espacios y sus funciones. Mediante las reconstrucciones de esta sala podemos conocer otros detalles: como la estructura de los distintos tipos de tabiques, o la forma en que están colocadas las losas de piedra en el tejado. También se muestran las distintas herramientas del albañil -o piquero-.

Destacan dos grandes dinteles de piedra situados en el muro; además de su función puramente arquitectónica, desempeñan un papel en la decoración y protección de la casa. El superior procede del pueblo deshabitado de Otal y se fecha en el siglo XVI. En sus extremos, los retratos de los dueños de la casa flanquean una composición en la que el mundo natural -representado por astros y vegetales-, enmarca inscripciones y símbolo.

HORARIO

De martes a domingo: de 10:00 a 13:30 horas y de 15:00 a 18:30 horas.

Cerrado: Los lunes, el 1 de enero, el 25 de julio y el 25 de diciembre. Los días 24 y 31 de diciembre permanecerá cerrado en horario de tarde.

Para concertar guiadas a grupos, es necesario realizar una reserva previa, llamando al teléfono o a través del correo electrónico

Datos de contacto

Museo "Ángel Orensanz y Artes de Serrablo"

Calle San Nicolás de Bari, 5

22609 El Puente de Sabiñánigo (Huesca)

Teléfono:696268791

E-mail: museoorensanz@aytosabi.es